Los libros que he leído. 

Ni una palabra por aquí en dos meses. La palabra es tan importante que, a veces, hay que disimularla o esconderla, incluso silenciarla. Hoy comentaba esto con David, mi editor. David sabe mucho de palabras, por eso suele emplear solo las precisas. Dominar la palabra, como digo, es saber contenerla, y más aún en el tebeo, donde la verdad debe ofrecerse honda y lúcida. Contenida. 

Nuestro contenedor de palabras favorito –o sea, el libro– es también grifo o fuente. No solo contiene, también emana, y por eso recurrimos a los libros, dónde si no íbamos a encontrar el modo de contar las cosas. 

Cuando viajo por trabajo –cada día me resulta más hortera viajar si no es por trabajo– intento escabullirme unas horas, es que voy a comer con un pariente, digo, para practicar la pesca. Si es ciudad conocida, voy a una de las librerías de segunda mano que controlo y, en cuanto pongo un pie dentro, se produce el efecto Flash –también podría llamarlo efecto Mercurio, pero hay que barrer pa’ casa–. Todo a mi alrededor  permanece en pausa, estático, congelado mientras yo repaso concienzudamente los lomos de las estanterías menos transitadas de la tienda: Religión/Terapias/Ciencias ocultas y Enciclopedias. En estos volúmenes que la sociedad –o el hijo de algún psicoanalista fallecido– ha descartado, los hallazgos son especialmente estimulantes. Una frase, un título, una fotografía, un esquema, una ilustración… santos que están ahí, y ya nadie los quiere. Aprenda hipnosis, venza sus miedos, dé sus primeros pasos en la telequinesis, sepa cómo viven los marcianitos, cómo el cosmos afecta al bebé, disfrute las rebajas teológicas de otoño, interprete sus propios sueños, amenice las reuniones con sus amistades sabiendo todo esto y más. Triunfe en la vida.

Estoy construyéndome una carrera sobre la estética del descrédito. La mentira, ahora también por dentro y por fuera. Allí, donde nadie mira, se encuentra la palabra que puede resolver el título, la página o el tebeo entero. 

Bonus track:

En el corral que linda con mi Doblao parecen dedicarse al sector del ocio y el entretenimiento, porque en pocos meses han instalado ahí una piscina y una cama elástica. Recientemente, sus dueños adquirieron también un perro nazi ad hoc. Yo no sé de marcas caninas, pero es grandísimo. Cuando abro la ventana para que entre el fresco –o Macarni, el mirlo que me visita–, el perro en cuestión me siente, se cabrea y se sube a la cama elástica. Yo lo miro saltar sujetando mi taza de café mientras ruge y expulsa espumarajos. 

Qué son las ventanas sino viñetas.

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