El Traje Grande.

Hoy el tema está sin pulir, entrego casi en bruto un listado de apreciaciones sobre los trajes que he ido escribiendo en el bloc de notas del móvil: 


  • Ya es difícil que a mí me quede grande un traje, mucha tela que cortar, soy una sucesión de equis a la izquierda. 


  • El primer traje que tuve, como buen hijo menor de familia obrera numerosa y extremeña, fue heredado. 


Mi madre me llevó ante el ropero 

de mis hermanos y, 

mirando sus chándales y jerseys, 

me dijo:


“Algún día, hijo mío, 

todo esto será tuyo”. 


  • Usted se puede permitir el modo working on my novel durante mucho tiempo solo llevando blazer.


  • Vestí traje a diario durante una década. Pensaba que siendo hombre del saco disimularía todas mis carencias. Dentro de un traje se pueden esconder muchos defectos y algunos delitos.


  • Prefiero el uniforme al traje. Mi uniforme es gris ferretería, la chaqueta es larga, pero no llega a batín. Tengo dos: Una está llena de manchas, restos de pegamento y resina. La otra, la más limpia, lleva cosido un parche de sheriff de Twin Peaks, la serie con los mejores uniformes, trajes y gabardinas de la historia. 


  • La fruta de traje grande me repugna. Esas mandarinas big suit que sientes bailar dentro de su piel rugosa y sobrante tienen sabor a Frenadol®. Son asquerosas. Puag, puag. ¡Donde se ponga una fruta prieta! Una pieza que tienes que despellejar como si arrancaras la piel a un venado colgado de los cuartos traseros. Esas son las buenas. Esa fruta te salpica vitaminas en lugar de sangre cuando le arrancas el traje.


  • He sentido alguna vez que el traje de autor me queda demasiado grande. Si soy dueño de mi tiempo, responsable de mí mismo, entro en pánico. He resuelto esto con el uniforme gris. Ahora me calzo esa levita de currela, subo los dieciséis  escalones de El Doblao y ficho en la fábrica. Me quejo del jefe en la cháchara del coffee corner, le hablo a la radio mientras estoy lijando la cabeza o la narizota de un Boskov con las gafas de cerca a punto de abandonar mi cara. 


  • Encuentro en casa de mis padres un traje gris claro que debió pertenecer a un gigante. Todos en esta casa hemos sido gruesos y redondos en algún momento, pero no sé si tan altos. Hay que cogerle el bajo a los pantalones –es el bajo más alto que he cosido nunca– y rellenar bien de espuma las hombreras. Cinco hombreras por hombro exactamente. Solo así puede tomar forma cuadrada este big suit, que a mí me queda not so big, en comparación a David Byrne. Pero la camisa, las zapatillas planas blancas, y demás parafernalia makingsenesca serán suficientes. Eso y mover los brazos. Para bailar bien es necesario mover los brazos con gracia. Diría que es tan importante como la cintura o los pies. 

De propina una playlist que suena a Talking Heads (sin Talking Heads):

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Los libros que he leído. 

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Cabeza parlante.