Si bailáis, entenderéis mejor las letras.

Todos los blogs tratan –o trataban antes de ser cruelmente abandonados– de lo mismo: de uno mismo. Por eso aquí no escribo –me tiene dicho una amiga que hable siempre en presente– sobre mi nuevo tebeo, sino del acontecer diario: de las mañanas en el Doblao, de los libros que leo para documentarme, de los recortes que aprovecho, de los bocetos que garabateo en mi cuaderno o de las notas que dejo en el móvil. Todo eso que va surgiendo en el trance que supone dibujar un cómic. Esto del trance se lo he robado a Lardín, pero él lo escribió para mí, así que, se siente.

La estrategia parece un suicidio artístico, pero requiere cierta maña. Escribir aquí es un poco como pasear por La Zona, hay que extenderse y marchar a una velocidad poco frecuente.

Si te parece, y ya que tengo adicción por el asombro, podemos fingir que soy tío Matt, el viajero de Fraggel Rock, que eres mi sobrino o sobrina y que voy dejando cartas por aquí. Ya tú te las gestionas, y cuidado con el perro. 

El asunto

Como habrás leído ya, Si bailáis, entenderéis mejor las letras gira en torno a la música de Talking Heads, pero esto no quiere decir que sea una biografía –en este momento, de hecho, no es nada– y mucho menos una entrada de Wikipedia con dibujitos. 

Aún con todo, David Byrne, Tina Weymouth, Chris Frantz y Jerry Harrison, o sea la banda, son los protagonistas (o no) y hay que retratarlos. 

En esta secuencia de imágenes podrás observar cómo me lo compongo partiendo de una caricatura más detallada hasta llegar a la versión sintética y cartoon, la más Montatore posible. 

Cuando trabajé en La mentira por delante (Astiberri, 2021), otra biografía que en realidad no lo es, caí en la cuenta cuenta de que si vas a dibujar al mismo personaje durante 200 páginas, más te vale que lo hagas sencillo. El trabajo de sustracción es para mí no solo un deseo estético, sino una necesidad. Y es que el talento del autor/a de cómics, como bien dice Max, consiste en dominar el tiempo; el narrativo, pero también el tuyo propio. La vida. 

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Todo es bueno para el convento, dijo el monje.